1 de octubre de 2008

Misery likes company

Este fin de semana ha provocado en nosotros algo muy pero que muy difícil de creer: hacer gastos innecesarios. A pesar de llegar aquí con la idea bien clara de no hacer un uso indebido del metal, estos dos días han sido un completo despropósito (bueno, a decir verdad sólo el sábado). Aquellos días felices en los que nuestro gasto podía llegar a ser 1 libra, o incluso menos, tocaron a su fin y la miseria abrió paso al jolgorio.

El sábado nos despertamos con dos objetivos en mente: llegar rápido y seguro (es decir, eludir a hindúes y moricos) a King's College y encontrar algún GAME donde poder adquirir juegos para la PS3 de Tarod. Una vez trazamos la ruta, nos dirigimos felices a cumplir nuestro cometido. Efectivamente, el nuevo trayecto era más corto (en 40 minutos a velocidad de crucero puedo llegar a la uni) y además, las calles parecen más fiables. Pues eso, el caso es que llegamos a un primer GAME que resultó estar cerrado, pero como somos previsores, nos dirigimos raudos a un segundo que habíamos marcado en nuestro itinerario. Por el camino, pasamos por la escuela de inglés Avalon, donde haré mi curso de 3 semanas para recibir otra beca que me ayude con los gastos. Decir que está situada en Denmark St., una calle donde todas las tiendas son de instrumentos musicales, una pasada para los amantes de la cuerda. Y tras esta parada obligada, llegamos a Oxford St., una calle totalmente comercial donde abundan las tiendecillas de souvenirs y el tan temido por nosotros uso del dinero. Y entonces, sólo entonces, llegó el despiporre.

Entramos a un centro comercial (The Plaza) y, despues de echar un vistazo por los locales de su interior, nos decidimos a comer en el KFC. La verdad es que nuestros menús eran variados , bastante ricos en picante, con un inigualable sabor a pollo en todos y cada uno de los productos y también, algo caros. Además, al llevar a cabo tal ingesta de pollo rebozado sentíamos que aquello NO PODÍA SER SANO. Conclusión: pese a ser el infierno de cualquier diabético, el McDonalds sabe mejor y es más barato. Ese fue nuestro primer gasto no vital en esta ciudad. Después, con el estómago rebosante de calorías, nos acercamos a una tienda de deportes del centro comercial. Allí es donde nuestras mentes hicieron catacroker y donde el espíritu del tío Gilito nos invadió sin ningún miramiento. No sería justo proseguir esta historia de despropósitos sin decir que allí había grandiosas ofertas que nos cegaron de una forma jamás antes concebida por nosotros, como por ejemplo, nuestro amigo el 70% de descuento. Y así fue como estante tras estante apilábamos diferentes productos tales como chandals, zapatillas, un balón de basket, incluso unos pantalones que el amable tendero no dudó en aclararnos que eran para chicas antes de entrar al probador (pantalones que al precio de 1 libra nos provocaron espasmos de placer pero que, tras la advertencia, soltamos).

Llegamos a casa, sí, con nuestro balón de basket bajo el brazo y con los complementos necesarios para ser auténticos dioses de la NBA, con una ilusión tremenda por hacer deporte y sentirnos más vivos y, por supuesto, con el bolsillo notablemente mermado.

...

Bueno, pequeño Johnny, aquí termina la entrada de hoy. Por cierto, ¿dónde te habías metido? Hacía tiempo que no sabíamos nada de ti y ya empezábamos a preocuparnos. "Lo siento, señor, los agentes de aduana creyeron ver en mí algo sospechoso y me han tenido incomunicado hasta hoy. Logré escapar cuando los alguaciles registraban mi celda en busca de estupefacientes". Bien, pequeño, ahora estás a salvo, nosotros cuidaremos de ti.

No hay comentarios: