21 de septiembre de 2008

La llamada de Alláh

Pusimos rumbo a la estación de metro de Shadwell, donde habíamos quedado con Soraya a las 16:00, no sin antes intentar unas cuantas llamadas más a pisos ofertados, para ver si podíamos ver alguno más aquella tarde. El único que nos atendió al teléfono era un tipo extraño, cuya voz cansina y acento del averno denotaba un color de piel cercano a la negrura más extrema, y un posible exceso de drogas y asesinatos. Quedamos con él para las 17:30, pero a la postre el miedo nos impediría acudir a la cita. El miedo, con su presencia inalterable, marcaría este primer (y único) día de búsqueda de piso.

Shadwell se salía del mapa que habíamos traído de casa, pero aún así decidimos ser valientes y aventurarnos hasta allí a pie (bueno no, era por miedo a usar el metro). Teóricamente no tenía pérdida: teníamos que ir pegados al río dirección Este, y estaríamos allí en una media hora o tres cuartos de hora. La triste verdad sería que 2 horas después todavía no habíamos dado con el sitio. A nuestro favor, la cantidad de obras que nos encontramos en el trayecto y que hacían difícil seguir el camino en línea recta, nuestra fiel amiga; y cómo olvidar los lugares más o menos exóticos que decidimos fotografiar por el camino, como el Tower Bridge o los barcos vikingos (¡fotos!). Por lo demás, más de lo mismo, gente con el pelo rosa, otros que llevaban gorras en posiciones inconcebibles, rabinos y hasta hindúes gordos (¡que resulta que existen!).

Conforme nos acercábamos a Shadwell fuimos comprobando como lo bonito del entorno, los edificios inmensos y el ambiente de seguridad ciudadana, daba paso a lo cutre, al olor a resobao y a la gente con turbantes y burkas. Dimos con el lugar, el número 50 de la calle Cornwall, emplazado en lo que parecía ser una urbanización íntegramente musulmana. Entramos con miedo, sintiendo en nuestro cogote las miradas de los vecinos, seguramente sorprendidos por nuestros tiernos aspectos de turista, y huimos, comentando entre bromas que quizá la tal Soraya nos quería alojar en medio de una familia árabe. Aún quedaban 20 minutos para las 16 (¿os recuerdo que llevábamos ANDANDO desde las 13:30?) y no habíamos comido, así que decidimos buscar un sitio, lo más aparente posible, donde poder sentarnos y engullir comida con un alto contenido en salsa. Salimos a una avenida, y a lo lejos atisbamos, oh sí, la salvación de todo peregrino hambriento que se precie: ¡un Macdonald's! Allí nos atrevimos a mezclarmos entre la multitud árabe y pedimos un par de "meals" (3,70libras) tras lo que decidimos desandar lo andado y volver al mundo islámico en el que nos esperaba Soraya...

O eso creíamos. Al volver no supimos dar con la urbanización arábiga. Tuvimos unos momentos de pánico sumados al cansancio extremo, hasta que una viejuna inglesa, que claramente nos había observado dar vueltas como pollos sin cabeza, nos guió hacia la calle Cornwall de nuevo. Y por fin llegamos. Nos quedamos frente al portal del piso sin atrevernos a subir y un tipo árabe montado en su coche nos preguntó qué pasaba. No sabíamos exactamente por qué nos hablaba pero todo se aclararía momentos después. Subimos al piso y encontramos la puerta entreabierta, lo que no ayudó a calmar nuestros miedosos cuerpos. A nuestra llamada acudió una viejuna musulmana, que evidentemente no comprendió nuestros balbuceos en inglés, así que llamó a su hija/nieta (no menos musulmana) que se quedó como un polo cuando le preguntamos humildemente si habíamos hablado con ella por teléfono acerca de la habitación libre. Su cara de póker marroquí lo indicaba claramente: aquél no era el piso. Ante lo absurdo de la situación, huimos a toda prisa sin poder evitar reirnos.

Subimos la calle Cornwall de nuevo y, POR FIN, dimos con el verdadero número 50. Tras hablar con Soraya por el porterillo, subimos a verlo. Escaleras angostas, olor a resobao, en fin, lo normal en aquel barrio, pero claramente mejor que la urbanización anterior, la del miedo y los talibanes. Vimos el piso en aproximadamente 5 segundos (es lo que se tarda) y nos despedimos. De vuelta al Northumberland Hotel decidimos no arriesgarnos. Cogimos el metro. ¡El acabóse! Trillones de personas y dos cordobesitos buscando un destino.

Aquella misma noche, mientras veíamos La Hora Chanante empinando una botella de vinate barato que acabó causando serios estragos en mi humilde persona, nos decidimos por el piso de Soraya, aún con serias dudas sobre su emplazamiento. Mañana tocaría un nuevo porte de maletas... La tensión se podía mascar en el ambiente...

¡"Misión: Buscar piso" cumplida!

2 comentarios:

borja dijo...

Dos reporteros al borde de la carcajada esquizoide, desorientados entre toda la espesura triste y gris de edificios mundanos, de calles que los observan perplejas, de barrios que no existen en los mapas, de personas distorsionadas a medio dibujar que les aconsejan cual Virgilio a Dante en una sospechosamente similar divina comedia -urbana-, inteligente e idiota a la vez. ¿Habría sido mucha coincidencia que Soraya fuera en realidad Beatriz? Estaríamos hablando de plagio entonces.

La llegada.

Estáis a punto de cruzar el infierno, chicos. Pronto entraréis en el purgatorio. Ya nos contaréis qué pinta tiene -imagino que será un roller coaster de vértigo. Quién hubiera pensado que el infierno y el purgatorio estaban en Londres; no quiero ni pensar dónde estará el cielo (no me lo digas, no me lo digas).

PD: no tiene mala pinta el piso, no? Seguid escribiendo, que por aquí al menos se os disfruta entre líneas. Cuidaos!

Jovi dijo...

Gracias por tu apoyo, nos hace mucha ilusión que sigáis nuestro viaje desde la distancia porque, de algún modo, nos sentimos más cerca vuestra y eso siempre se agradece, de verdad. Y el infierno del que hablas ya lo cruzamos cada día cuando andurreamos por nuestro mestizo barrio, es cuestión de tiempo que llegue Satanás para extender su fuego, todopoderoso y eterno sobre nosotros, eso sí, probablemente en forma de dürum o kebab, xD.

Tan sólo parece que quedan dos almas errantes a las que aún no les apetece unirse a Nos, les pondré apellidos, sí señor, para que no duden en darse por aludidos esos a los que algunos llaman Branco y Estalrich. Oh sí.